Después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, el presidente de Estados Unidos, George Bush, empezó a habjar de la cruzada contra el terror. Aseguraba que el mal estaba al acecho y que para combatirlo había que ir a la guerra en nombre de la paz y la libertad. Ante la Asamblea General de las Naciones Unidas (Septiembre: 2002) encontrábamos el uso de frases como la siguiente:
La libertad del pueblo iraquí es una gran causa moral y un gran objetivo estratégico. El pueblo de Irak lo merece.
Luego, en un mismo discurso, ante una generación de soldados recién graduados (West Point, 1 de junio de 2002) usaba -en distintos momentos- frases como las que siguen:
Debemos llevar la batalla hasta el enemigo, desbaratar sus planes y enfrentarnos a las peores amenazas antes de que se presenten. En el mundo que hoy habitamos, el único camino que conduce a la seguridad es el camino de la acción. Y esta nación va a actuar... Estados Unidos tiene, y piensa mantener, un poder militar incuestionable, que resta sentido a las desestabilizadoras carreras armamentistas de otras épocas, y limita las rivalidades al campo del comercio y a otros quehaceres pacíficos.
O bien:
Estamos involucrados en un conflicto entre el bien y el mal, y Estados Unidos llamará al mal por su nombre.
El uso de términos que corresponden a distintos campos discursivos parecen revestir al mandatario estadounidense de un poder excepcional tanto en el terreno pol... leer más
Después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, el presidente de Estados Unidos, George Bush, empezó a habjar de la cruzada contra el terror. Aseguraba que el mal estaba al acecho y que para combatirlo había que ir a la guerra en nombre de la paz y la libertad. Ante la Asamblea General de las Naciones Unidas (Septiembre: 2002) encontrábamos el uso de frases como la siguiente:
La libertad del pueblo iraquí es una gran causa moral y un gran objetivo estratégico. El pueblo de Irak lo merece.
Luego, en un mismo discurso, ante una generación de soldados recién graduados (West Point, 1 de junio de 2002) usaba -en distintos momentos- frases como las que siguen:
Debemos llevar la batalla hasta el enemigo, desbaratar sus planes y enfrentarnos a las peores amenazas antes de que se presenten. En el mundo que hoy habitamos, el único camino que conduce a la seguridad es el camino de la acción. Y esta nación va a actuar... Estados Unidos tiene, y piensa mantener, un poder militar incuestionable, que resta sentido a las desestabilizadoras carreras armamentistas de otras épocas, y limita las rivalidades al campo del comercio y a otros quehaceres pacíficos.
O bien:
Estamos involucrados en un conflicto entre el bien y el mal, y Estados Unidos llamará al mal por su nombre.
El uso de términos que corresponden a distintos campos discursivos parecen revestir al mandatario estadounidense de un poder excepcional tanto en el terreno político como en el moral. Se erige como un luchador contra el mal y como aquel que debe repartir la paz y libertad en el mundo. A partir de esto surgen varias interrogantes para el campo de las ciencias sociales como por ejemplo: ¿Cómo es que se alude a causas morales que traen consigo la guerra?, ¿de qué manera se justifica el supuesto de que para alcanzar la paz hay que luchar con las armas?, ¿cómo es que para combatir el mal se debe imponer la libertad?, ¿se puede hablar de política y de principios teológicos como el bien y el mal en un mismo discurso? Y finalmente, ¿cómo es que este discurso funcionó y condujo a una guerra en la que hubo alianzas internacionales?
Es claro que con su discurso, el presidente Bush buscaba definir los ejes de su política interior e internacional, los términos de la guerra que pensaba establecer, la instauración de un estado de emergencia, así como el delineamiento entre los aliados y enemigos. Para estudiarlo analizaremos los diferentes manejos de la incertidumbre, de la decisión y del quizás. Éste último permanece en un limbo sin tiempo que es violentado por la fuerza de una decisión, lo que implica su desvanecimiento.
El punto de partida es el 11 de septiembre de 2001 como un acontecimiento (capítulo dos), el cual con su aparición, rompió con el estado de las cosas al presentarse de manera inesperada e inexplicable (Badiou: 2003). Irrumpió al igual que lo hace una decisión, pues acabó con la posibilidad y la indefinición del quizás. Sin embargo, el acontecimiento se distingue de la decisión, ya que cuando aparece no se incorpora de manera inmediata al mundo natural; lleva su propio tiempo para encontrarle una explicación. En un inicio, su contundencia y fuerza no permiten palabras para darle un nombre y significado.
Este impasse de tiempo (entre el acontecimiento y su significación) tiene sus consecuencias. 1) Permite, a quienes poseen el poder de hacerlo, darle nombre y significación, lo cual genera una definición concreta del acontecimiento, 2) abre la posibilidad de marcar la frontera entre amigo-enemigo y, 3) se constituye contingentemente como el discurso que domina el campo de la discursividad, el cual cuenta con su propio orden moral, sus virtudes más deseadas y sus objetivos a seguir. A partir de este momento, surgen nuevas interpretaciones, lecturas diferentes que se contraponen a quienes trataron de definir el acontecimiento en primera instancia. Además, hay consecuencias no deseadas para quienes lo nombraron y explicaciones nuevas que se tuvieron que dar y tratar de incorporar a ese orden moral que se buscó con la primera enunciación de los hechos.
En el discurso que se usó después del 11 de septiembre se mostraba un mundo dividido entre el bien y el mal. Se hablaba de una sola moralidad que debía regir para todos. Además, se enlazaban virtudes políticas y conceptos teológicos. Por ejemplo, se hablaba de una equivalencia entre libertad y el bien; entre tiranía y el mal. Tal pareciera que al hablar de absolutos como el bien o de un orden moral que no fue construido por los hombres, se cerraba el paso a toda negociación política, con lo cual quedaba la impresión de querer repartir en todos los países una sola visión del mundo (capítulos uno y dos).
Vemos que con este tipo de discurso entran en juego temas como la secularización de la política, además de la posibilidad de legitimar una guerra mediante la evocación del bien y del mal. También observamos que la cercanía con el acontecimiento genera una sensación de horror mucho más grande, comprendemos que al ser atacado aquello que está cerca de nosotros y que tenía un valor supremo, se nombra como acto de terror, pues se está agrediendo aquello que consideramos sagrado (capítulos uno y dos).
Los temas arriba mencionados son difíciles de evadir cuando escuchamos discursos como los posteriores al 11 de septiembre. Sin embargo, es muy complejo hablar de términos teológicos en las ciencias sociales, aún así no podemos dejarlos de lado si vemos que bajo estas alusiones se construyeron alianzas internacionales y si, a través de estas conjeturas, los medios de comunicación estadounidenses estuvieron presentando sus noticiarios.
Podemos inscribir estos temas en lo político, si los abordamos con ángulos como el propuesto por Cari Schmitt, pues a través de su teoría vemos que en el momento en que se aumenta la tensión entre dos grupos, cualesquiera que estos sean, hay una inscripción en el campo de lo político, ya que la división amigo-enemigo así lo determina. Por ejemplo, en un primer momento, se pudiera pensar que el mandatario estadounidense se sale de este ámbito para ubicarse en un espacio teológico, pero sostendremos que no es así. Es claro en qué momentos hace alusiones religiosas y, en qué otros, habla de guerra, violaciones de acuerdos internacionales y necesidad de intervenciones multinacionales. Con esto queremos decir que hay una intencionalidad en el manejo del discurso.
En el terreno de los hechos, las alianzas se hacen de manera estratégica, de acuerdo con conveniencias económicas, políticas y militares. Aquí no entran los elementos religiosos. Sin embargo, tenemos que señalar que en la elocuencia del discurso del presidente estadounidense se lograron ciertos efectos al hablar de un mundo de buenos y malos, de ciudadanos que merecen la libertad y tiranos que deben ser extinguidos. La estrategia militar y económica halla en el discurso un sustento que sirve como base para asentar la justificación de la guerra, la necesidad de enviar soldados a morir en nombre de una causa, la explicación a los connacionales que sublima las miles muertes provocadas luego de los ataques del 11 de septiembre.
Uno de los recipientes principales de este discurso fue el conjunto de los medios de comunicación. A lo largo de la tesis estudiamos cómo se dio una alianza prácticamente total y cómo, al prolongarse la guerra, se fue perdiendo la unión entre la posición de los medios y el discurso del presidente Bush (capítulos dos y tres).
Respecto de la relación amigo-enemigo observamos que luego de los ataques del 11 de septiembre se nombró a un enemigo indeterminado y oscuro. Vemos que su indefinición permitió dejar abierto el quizás, es decir la posibilidad de que a cualquiera se le nombrara de esta manera. Con lo cual se amplió el margen de acción en contra de todos aquellos que estuvieran del lado del mal. Así es como surgieron no sólo aquellos que "buscan someter al mundo en una sola ideología", sino también los que pertenecen al "Eje del mal" que producen a gran escala armas de destrucción masiva (capítulo dos).
El hablar de combatir el terror representado por un enemigo abstracto y omnipresente involucra intervenir de manera globalizada en materia de seguridad no solo dentro del propio país, sino en el extranjero también, pues se desconoce por dónde vendrá el golpe. Lo que permite la justificación de ir a la ofensiva en una guerra en contra del terror.
El que no haya un enemigo político claro ni preciso a quien dirigirse trae consigo la posibilidad de declararle la guerra a cualquiera que se le señale como financiador o fomentador de terrorismo. Esto nos conduce a prolongar una guerra muy difícil de saldar, ya que la indefinición deja abierta cualquier posibilidad de ataques posteriores. De nuevo se presenta un quizás indefinido, pues al mantener sin precisar quién es el enemigo, no hay decisión que acabe con la incertidumbre, sino que ésta se deja abierta con el propósito de poder señalar a cualquiera.
Sin embargo, la falta de concreción no es permanente. Hay oscilaciones entre el enemigo abstracto y uno concreto. Hay una transición de Osama bin Laden a Saddam Hussein (capítulo tres). Lo que permite en el terreno de lo político hacer negociaciones y alianzas para la guerra. Además, esta decisión pone fin a la incertidumbre y, por momentos, hace pensar en un término del conflicto, en un fin del terror. Encontrar un responsable también permite tener hacia donde dirigir el duelo.
La permanencia indefinida de un enemigo desgasta la imagen política de la eficiencia. Al no haber un golpe decisivo hay la impresión de que no se ha funcionado en la lucha que se enunció como entre el bien y el mal.
Luego de los ataques del 11 de septiembre, el presidente Bush instauró un estado de emergencia que también operó con el quizás y la decisión (capítulo tres), pero aquí tiene un doble juego. El quizás es roto por el momento en que se decide que hay un estado de excepción y, al mismo tiempo, funge como posibilidad de ataque, como una opción latente de guerra o de ser vulnerado en la integridad propia. Este quizás mantiene vivo el estado de emergencia. Pero el no poder definir cuándo serían atacados de nuevo, o bien cuándo podría manifestarse el acontecimiento, se traduce en la incapacidad de dar pruebas de futuros ataques y de traer a la justicia a los responsables de los anteriores. El no emitir una clara señal de alarma a largo plazo también desgasta.
A causa de los ataques del 11 de septiembre vino el trauma del sin aviso, de los acontecimientos que, por su propia naturaleza, se presentaron sin previsión alguna y, junto con esto, vino una declaración de guerra unilateral que tampoco era una declaración como tal, porque el enemigo no se dejaba ver. Como dijimos arriba, en el corto plazo traía consecuencias positivas para quienes ocupaban cargos de poder porque les permitía enunciar al enemigo, podían nombrar a cualquiera. El problema venía en el mediano y largo plazo, donde el soberano quedaba cuestionado porque no tenía un enemigo concreto a quien declararle la guerra, porque ya se había perdido efecto la imagen de un enemigo sin cara. El hecho de que nunca se mostrara llegaba a sembrar la duda de su existencia.
Por otro lado el Ejecutivo, al instalarse como soberano entre los soberanos, gracias al estado de emergencia, se ubica en una posición superior. El determina cuando se está en estado de emergencia y cuando en situación de paz. Además, su condición superior le permite decretar leyes, que en el caso que nos concierne, llegan a violar los propios principios constitucionales.
Alrededor de la amenaza permanente de terror, como lo plantea Giorgio Agamben, gira la idea de la seguridad y de su pérdida1. A diferencia del poder disciplinar, que aisla y cierra los territorios, las medidas de seguridad conducen a pensar en gobiernos abiertos y en la globalización. La seguridad interviene en procesos que ya han comenzado, para dirigirlos, mientras que las leyes buscan prevenir y regular. Con la disciplina se busca producir orden, en tanto que con la seguridad se busca regular el desorden. De ahí que podemos decir que las medidas de seguridad solo funcionan en un contexto de libertad, intercambio é iniciativa personal.
Para Agamben el riesgo de esto es que, debido a la creciente neutralización de la política y la reducción tan grande de las tareas del estado, la seguridad se convierte en su principal actividad. "Antes era una de sus funciones y ahora es el criterio bajo el cual se mide su legitimación". Esto trae un riesgo creciente y es que basar la legitimidad en tan solo este elemento le da una fragilidad enorme al estado, ya que siempre el terrorismo lo puede amenazar. La consecuencia de lo anterior es que "la diferencia entre el estado y el terrorismo tiende a desaparecer. "Al final, la seguridad y él terrorismo pueden formar un único sistema mortal en el que mutuamente justifiquen y legitimen sus acciones".
Si, como nos señala Agamben, hay una sobrevaloración de la seguridad, entonces también tendremos que repensar a la soberanía en su forma clásica, la cual también se ve trastocada por la globalización, pues habría que preguntarnos en donde termina y comienza el poder de un soberano que ha iniciado una cruzada contra el terror en la que anunció su persecución en donde quiera que se encontrara.
Estos son algunos de los temas y problemas que buscan ser abordados en la presente tesis. Para ello tomaré en cuenta los siguientes elementos: 1) Con los atentados del 11 de septiembre se presentó una-crisis en el orden social y, a partir de ello, emergieron actores para darle un nombre, significación y solución. 2) Los nuevos discursos constituyeron sus propios imaginarios. 3) Dentro de este proceso se generó un discurso que resultó ser hegemónico. 4) El discurso hegemónico estableció nuevas formas de actuar e interactuar que trajeron consigo nuevas formas de identidad.
La estrategia metodológica a seguir estará basada en la teoría del análisis del discurso. El propósito es enfocarnos en el del presidente George Bush para abordar los cuatro puntos arriba mencionados. El usar el discurso del mandatario como herramienta fundamental para esta tesis tiene el objetivo de verlo como un punto de condensación de un espacio que es mucho más amplio y vasto que el propio Bush.
Entendemos por discurso una categoría para designar formas particulares de representar aspectos específicos de la vida social (Fairclough: 2003). O bien, como una constelación significativa que articula indistintamente acciones y objetos lingüísticos y extralingüísticos en torno a un sentido; no es ubicable en una topología porque no depende de una sustancia (conceptual, fónica o referencial) sino del sentido socialmente construido y compartido (Laclau, E., Mouffe, Ch. 2004). Además, es constituido como un intento de dominar el campo de la discursividad, de detener el flujo de las diferencias, de construir un centro (Zizék: 2004: 281).
Es de nuestro interés ver su discurso no como una verdad ni bajo una categoría científica, sino observar en su plano histórico cómo produce efectos de verdad que en sí mismos no son ni verdaderos ni falsos. (Foucault: 1980:118).
El discurso de Bush no será visto como un único productor de sentido, sino como depositario de sentidos producidos fuera de su autoconciencia (Fish, 1994). Con esto queremos dejar en claro que los cambios en la vida social contemporánea no son exclusivamente respuestas a las mutaciones en el discurso, pues no se puede reducir el cambio social a una respuesta discursiva. Lo que se da es diálogo entre el discurso y los elementos no discursivos de la vida social (Fairclough: 2003).
Ante el reconocimiento de que un solo discurso, en este caso el del presidente Bush, no representa la realidad, sostenemos que el espacio de poder que Bush detenta es fundamental porque le da mucho mayor fuerza y produce consecuencias a una escala mucho más grande en relación con sus homólogos de otros países. Es decir, él lugar que le confiere el sistema político genera efectos que no serían posibles si el mandatario fuera un ciudadano de a pie. Para explicar el poder que Bush tiene debido al sitio que ocupa usaré un ejemplo de Foucault sobre la medicina clínica: "si en el discurso clínico, el médico es sucesivamente el interrogador soberano y directo, el ojo que mira, el dedo que toca, el órgano de desciframiento de los signos, el punto de integración de descripciones ya hechas, el técnico de laboratorio, es porque todo un haz de relaciones se encuentra en juego. Relaciones entre el espacio hospitalario como lugar a la vez de asistencia, de observación purificada y sistemática y de terapéutica, parcialmente probada, parcialmente experimental, y todo un grupo de técnicas y de códigos de percepción del cuerpo humano" (Foucault: 2003: 87). En el caso que nos ocupa, tiene fundamental importancia el hecho de que se trate de la nación más poderosa del mundo, del país cuyo idioma se usa como lengua común entre extranjeros, etcétera. De aquí podemos concluir que el discurso no es la manifestación de una conciencia idéntica a sí misma y previa a toda palabra; sino un conjunto donde puede determinarse la dispersión del sujeto y su discontinuidad consigo mismo. Es un espacio de exterioridad donde se despliega una red de ámbitos distintos (Foucault: 2003: 90).
Por otra parte, no debemos desdeñar que el poder se debe analizar como algo que circula, o bien como algo que solo funciona en forma de cadena. Nunca se localiza en un lugar fijo, nunca del todo en manos de alguien, nunca es una propiedad como un artículo de consumo ni un pedazo de riqueza. El poder se emplea y ejerce a través de una organización parecida a una red donde los individuos circulan por sus filamentos; están siempre padeciéndolo y ejerciéndolo (Foucault: 1980:96).
Sostenemos en esta tesis que el discurso del mandatario estadounidense, en su calidad de emisor, no es fuente de todo significado. En lugar de ello, afirmamos que es imposible descubrir (develar) en cualquier objetividad un significado fijo y plenamente presente. De esta forma, "[l]a ausencia de significado trascendental extiende hasta el infinito el campo y el juego de la significación" (Derrida 1989: 385). En el análisis del discurso que presentaré mantendré presente la idea de que los sentidos producidos son parciales y nunca definitivos (Laclau, E., MoufTe, Ch. 2004). Asimismo, que los significados se asentaron en donde ya había un campo que permitió su recepción, pues no hubiera sido posible una fijación de sentido en un espacio donde fuera imposible su aceptación.
Por todo lo anterior consideramos que el emisor es tan importante como el receptor, pues si tomamos en cuenta que no se puede dar con un sentido pleno y único del discurso, toda significación es el resultado de una interpretación dialogada entre ambos. Por lo tanto vemos que "la totalización es imposible porque el horizonte a interpretar que está frente a nosotros es inabarcable, sumamente rico y complejo, y esto se debe fundamentalmente a que nuestra mirada siempre es una mirada finita e históricamente situada" (Gadamer: 1996: 374-377).
En el análisis del discurso nos concentraremos en las condiciones de posibilidad que permitieron la emergencia de un discurso bélico y "contra el terrorismo". Así como en las articulaciones contingentes que se presentaron con discursos particulares y cómo de manera temporal fueron representados por un universal (Laclau, E., Mouffe, Ch. 2004). Para el caso de esta tesis veremos cómo el discurso sobre terrorismo articuló los discursos que se relacionaban con la necesidad de mantener una seguridad a nivel global y con los que veían en el mundo árabe a un enemigo.
Entre los puntos más importantes a abordar está la manera en que opera la relación entre la política y un término teológico como el del mal; la creación de un estado de excepción que deja al Ejecutivo en un espacio dentro y fuera de la ley; la conveniencia política de usar un enemigo en ocasiones omnipresente y abstracto y en otras identificable y concreto. En el siguiente capítulo veremos el primero de estos puntos.
NOTAS
1 El texto sobre el 11 de septiembre escrito por Giorgio Agamben sólo puede ser consultado vía internet en la pagiira htfp://www.egs.edij/faculty/agamben-on-security-and-terror,thm
- Introducción
- Capítulo Uno
- Reflexiones preeliminares sobre el Mal y lo político
- Schmitt y la secularización de la política
- El político moral y el moralista político
- El mal, el usó privado de la razón y Eichmann
- Capítulo Dos
- El contexto como condición de posibilidad del discurso de terrorismo
- Orden moral o teológico
- La libertad y la democracia del lado del bien
- Imaginario en espera de sedimentación
- Amigo-enemigo
- El lugar de enunciación.
- Conclusiones
- Capítulo Tres
- Contexto que permitió la emergencia del discurso
- Orden moral o teológico
- Amigo-enemigo
- Ideología del enemigo
- Estado de guerra
- Imaginario en busca de sedimentación
- Conclusiones
- Conclusiones generales
- Referencias Bibliográficas
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